Los republicanos abrazan la fe ‘negacionista’ de Trump en sus primarias

El reloj del partido republicano está parado en diciembre de 2020. Donald Trump no aceptó la victoria de Joe Biden, defendió -no fue ninguna sorpresa- que su derrota fue un fraude, «el mayor robo de la historia de EE.UU.». Por mucho que se empeñara -y se empeñe- el expresidente en sus acusaciones, no hay evidencias de fraude de un tamaño que hubiera cambiado el signo de la elección. Pero Trump ha hecho del robo electoral inexistente -‘la Gran Mentira’, en la terminología de los medios convencionales estadounidenses- su razón de ser en política y, quizá, la base de su segundo asalto a la Casa Blanca en 2024. Y, gracias a su popularidad inmensa entre el votante republicano y a la lealtad inquebrantable de un electorado considerable, abrazar esa fe es un rito de paso inevitable para casi cualquier candidato al Congreso o a cargos estatales.

En las primarias decisivas del martes pasado -se disputaron las de estados decisivos como Pensilvania y Carolina del Norte– el votante republicano mostró que está muy inclinado a respaldar a aquellos candidatos que cumplan con la línea ‘negacionista’ de Trump.

El mejor ejemplo fue Doug Mastriano, que se presenta a gobernador en Pensilvania. Es un candidato que muchos en su estado consideraban demasiado radical para enfrentarse al candidato demócrata, Josh Shapiro, un moderado que es el actual fiscal general de Pensilvania, donde las fuerzas republicanas y demócratas están igualadas y hay que convencer al votante centrista de ambos partidos.

En lo relacionado con el fraude electoral que denuncia Trump, Mastriano no tiene nada de centrista. Como legislador estatal, impulsó esfuerzos para evitar que los delegados en la elección presidencial de 2020 -Biden ganó en ese estado- fueran demócratas. Más tarde, organizó autobuses para ir a las protestas del 6 de enero el año pasado que acabaron con el asalto al Capitolio (marchó con la turba ‘trumpista’ hacia la sede de la soberanía popular, pero no hay pruebas de que entrara en el edificio). Ha liderado un proceso para revocar la certificación de Biden como ganador. Y ha propuesto una reforma electoral para endurecer las condiciones de voto. El credo exacto de Trump.

El expresidente le dio su ‘endorsement’ -el respaldo oficial a una candidatura- a última hora y Mastriano, contra pronóstico, ganó las primarias. La importancia de esta victoria va más allá de las fronteras de Pensilvania. Si Mastriano acaba por ganar el puesto de gobernador en las elecciones del próximo noviembre, supervisará las elecciones en un estado decisivo en las presidenciales de 2024. Donde, sin ninguna duda, Trump gritará ‘tongo’ si no gana y ahora habrá autoridades dispuestas a seguirle hasta el fin del mundo.

Teoría del 'robo electoral'

Otra versión de candidato ganador en esta temporada de primarias es Ted Budd, el diputado de Carolina del Norte que ha ganado la carrera en el partido republicano para hacerse con un escaño de senador en noviembre. Budd no era un convencido de la teoría del fraude como Mastriano. A pesar de que votó a favor de no certificar la victoria de Biden en la Cámara de Representantes, después reconoció que el candidato demócrata era el presidente «legítimo». Eso era cuando no tenía que pelear en primarias por demostrar que era más «trumpista» que el resto de candidatos. Dio marcha atrás, negó la legitimidad de Biden y compitió con el respaldo oficial de Trump.

También ocurrió en las primarias más decisivas del mes pasado, las de Ohio. En la carrera para senador, JD Vance se impuso por el partido republicano. Es un inversor tecnológico que hizo fama por su autobiografía ‘Elegía americana’, que retrataba su infancia y juventud en una familia pobre de la América profunda y que las elites devoraron como un manual para entender el trasfondo sociopolítico del ascenso de Trump. Vance, sin embargo, fue muy crítico con Trump. Hasta que buscó impulsar su propia carrera política. Abrazó las proclamas del jefe del partido, y este acabó por darle su respaldo. Y con él, se llevó también el de los votantes.

La realidad es que, más que un programa con recetas económicas y defensa de valores conservadores, lo decisivo en las primarias republicanas está siendo la adhesión a Trump, empezando por la defensa de la existencia del robo electoral. Quien trata de evitar posicionarse -quizá por estas en distritos o estados bisagra, donde hay que convencer a más moderados- acaba marginado o, lo que es peor, atacado por el líder del partido. Su insulto preferido para estos es RINO, ‘Republican in Name Only (‘republicanos solo de nombre’).

El gran termómetro de la importancia de la adhesión a la teoría del ‘robo electoral’ será este martes en el estado más decisivo en las elecciones de 2020: Georgia. Biden ganó en un estado sureño que suele caer del lado republicano (poco después, sus dos senadores acabaron también en manos demócratas). Las autoridades del estado, como el gobernador, Ben Kemp, y su secretario de Estado, Brad Raffensperger, ambos republicanos, no sucumbieron a las presiones de Trump para que no reconocieran la victoria de Biden.

Cuanto más 'trumpista', mejor

Trump les puso la cruz y ahora tanto Kemp como Raffensperger se la juegan en primarias contra dos candidatos impulsados por Trump, que repiten al pie de la letra las teorías del expresidente.

En la orilla contraria, hay quien ve con buenos ojos que los republicanos elijan candidatos escorados a las posiciones de Trump. El multimillonario neoyorquino es, al fin y al cabo, un candidato perdedor y que metió al país en una crisis constitucional por su contestación a los resultados de 2020. Esa teoría defiende que cuanto más ‘trumpista’ sea el candidato republicano, más fácil será para el contrincante demócrata convencer a conservadores moderados e independientes.

Shapiro, el candidato demócrata al Senado por Pensilvania, ha llegado a gastarse medio millón de dólares en anuncios de televisión a favor de Mastriano, el candidato ‘ultra trumpista’. Buscaba así evitar la victoria de candidatos, en teoría, más ‘elegibles’ y peligrosos para sus intereses.

Es algo que recuerda a 2016, cuando los demócratas celebraban en un principio el ascenso en las primarias de Trump, un candidato tóxico al que Hillary Clinton barrería en las urnas. Es conocido cómo acabó esa historia.

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Fuente: ABC